No era cualquier asesino, no mataba personas, derrotaba y acababa con sueños y esperanzas, y eso no era lo peor, lo peor es que no era considerado delito. Seguía libre, iba de lugar en lugar creando sonrisas en rostros ajenos para luego intercambiarlas por ausencias. Era un perfecto apostador, el maestro del trueque, intercambió mis besos por sus huellas en mi piel, todo mi amor a cambio de una mirada tan serena y tan sutil como el viento, que de la misma forma se esfumó.
Me dejó su recuerdo en el humo de cualquier cigarrillo, el cual susurra su nombre. ¡Maldición! Uno, dos, tres cigarros más y acabaré por aislarme del presente y vivir en sus recuerdos, en el recuerdo de aquel beso que fue la chispa de una pasión tan efímera como el invierno en mi tierra. Y ya comprendo a Neruda cuando decía que era tan corto el amor y tan largo el olvido. Como quise ser su vicio! Cuanto anhelaba ser su cura y su veneno, había imaginado la manera perfecta de asesinarlo a diario con besos, con cosquillas y con mis chistes sin gracia, o con mi gracia sin chiste.
Pero ese sigue sin ser el problema, el es un asesino y está libre.
Pero ese sigue sin ser el problema, el es un asesino y está libre.
PETER PAN

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