
Entre ella y yo existía una gran diferencia entre tantas otras,
yo solía hablarle desde lo externo y ella hablaba desde su interior,
cada día me platicaba sobre sus sueños,
lo que me impresionaba de aquel acto cotidiano al decirme "¡Adivina qué soñé!"
era la espontaneidad con la que narraba la historia,
los sentimientos desbordaban por sus cabellos,
y sus ojos te hacían creer que ella había estado allí,
más que sueños parecía que me contara anécdotas.
Nunca entendí como cada día tenía un nuevo sueño que contarme,
yo no podría hablarle de algo tan intimo,
porque para empezar, no solía soñar mientras dormía.
Así que, cuando hablaba de mí, me tocaba quedarme con aquellas cosas superficiales de mi diario vivir,
qué hice durante el día, a quién me había encontrado, lo que me dijeron en la universidad, cosas así, asuntos superficiales.
Un día platicábamos sobre música,
así como amaba narrarme sus sueños, le gustaba cantarme,
otro punto donde eramos muy distintos,
ella siempre fue romántica y tenía inclinación por aquellos instrumentos que ya sabes...
te permiten ser cursi de una forma más fluida, el piano, el violín, esas cosas.
Yo en cambio siempre sentí fascinación por la percusión,
ella sonreía cuando le decía que siempre había querido tener un par de bongos
y me decía con cara incrédula "¿Y por qué no los compras?",
mi respuesta siempre fue "No sé, algún día lo haré".
Los días pasaban y cada día hablábamos menos,
de mí parte, ya no encontraba fascinación en contarle una y otra vez qué había hecho durante el día,
a quién me había encontrado o qué me dijeron en la universidad,
y supongo que ella poco a poco se fue cansando de llevarme a ese mundo de sueños al que no podía ir,
y yo no podía invitarla. Un día ya no hablamos más.
Mis días se llenaron de conversaciones con nuevas personas,
que me contaban de sus gustos y me hablaban de su día,
sentía gran comodidad en encontrar gente que me compartían lo mismo que estaba dispuesto a dar,
pero un día, en medio de una de las mejores conversación de esa semana,
miraba a la chica, que me perdone por olvidar su nombre, contarme sobre lo mucho que le costó encontrar el vestido que lucía aquella noche,
y por más que aquella historia era real y que definitivamente había estado toda la tarde recorriendo tiendas,
sus ojos no me decían que había estado allí y no me llevaban a esa intimidad.
Después de una semana sin poder dejar de pensar en ella y en sus gestos,
un día la encontré y me atreví a confesarle aquello que no imaginé decir algún día
"¡¿Adivina qué? Ayer soñé con los bongos!".
Martha Rojas





